Ya hace algún tiempo que viajaba por primera vez a un lejano
país (a pesar de las magníficas comunicaciones
de hoy en día) del EXTREMO ORIENTE.
Nada más aterrizar ya me llamó la atención la cantidad de controles por los que
hay que superar antes de atravesar su frontera y cuando por fin la pasas y consigues salir del
aeropuerto, te das cuenta que muchos de los ciudadanos de ese país llevaban
mascarillas cubriendo su boca y algunos también guantes en sus manos.
La curiosidad, esa amiga inseparable del ser humano, me
llevó a preguntar rápidamente, a nuestro guía (mi recuerdo para él, porque sin yo
saber inglés, fue mi diccionario de interpretación en aquel país) el porqué de
aquella situación que a mí me extrañaba tanto. La explicación fue tan simple
como lógica una vez conocida. Es una medida normal de contención y prevención de virus;
cuando cualquier persona cree tener algún tipo de enfermedad relacionada con su
aparato respiratorio, rápidamente, usa su mascarilla para evitar contagiar a los
que le rodean o en su defecto, para no contagiarse si se mueve en ambientes
donde los virus se dan por asentados (lugar de trabajo, relación con diversas
personas, lugares hospitalarios, ambientes contaminados en exceso…) en
definitiva, se usa como medida de autoprotección de la salud propia y la de los demás.
¡Vaya, le dije, en España solo la llevan los diagnosticados de alergia primaveral !
Hasta aquí, cualquiera que me lea sabe de sobra que era
así hasta hoy, donde parece que la
cuestión cambia y será mucho más que habitual ver nuestros rostros medio cubiertos, en una escena
callejera que nos recordará a la que se mostraba en las películas de bereberes ambientadas
en el desierto tunecino, dejando sólo
ver nuestros ojos, esos ojos que expresarán la tristeza por lo ocurrido y la resignación
al cambio de fisonomía y de hábitos y costumbres a los que la nueva sociedad
nos obligará. Seguramente será así durante algún tiempo, (nadie es adivino)
pero nuestro carácter positivista hará que esta nueva etapa la afrontemos con
la tranquilidad de que estamos actuando para el futuro y cuidando de las
generaciones presentes y de las venideras ya que de las pasadas, por
desgracia, en demasiados casos, ha sido casi imposible actuar.
¡ÁNIMO QUE
YA NOS QUEDA MENOS!
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