martes, 7 de abril de 2020

15 DE AGOSTO.-


15 de agosto, aprovechando la festividad de la fecha de este sábado, inicio la tan esperada quincena de vacaciones. Las maletas en el coche cargadas de ilusión y ropa fresca, pues los días han ido subiendo la temperatura hasta hacerla propia de la época veraniega en la que nos encontramos y el depósito lleno. Partimos rumbo a la búsqueda de esa ansiada brisa marina, que en los lugares propios del litoral, nos acaricia con suavidad el rostro y se respira. He escogido una hora temprana para realizar el desplazamiento, pues de sobra es conocida la tremenda movilidad que se produce en estas fechas y la coincidencia del final de quincena y principio de otra nueva, no es precisamente un buen presagio de relajada y fluida circulación. Tras dos horas de camino, me detengo a tomar un reconfortante café y una suculenta tostada en el habitual  bar de carretera en el que sé que ponen las  mejores de la zona, con un pan extraordinario, de ese pan que nos recuerda a una feliz  infancia, de aquel llamado, “pan de pueblo”. Al complementarla con aceite de oliva virgen extra, tomate rallado y una buena loncha de jamón, lo convertimos en un placer digno de ferviente adoración. Continúo y me voy acercando a mi lugar de destino, me extraña que no haya exceso de circulación, hay pocos vehículos en mi sentido de marcha y menos en el carril contrario. Llego a la costa y algo me alerta de que éstas no son unas vacaciones como las anteriores; hay muy poca gente por las calles; no está ese bullicio propio de otros años con aceras y paseo marítimo rebosantes de peatones, terrazas de bares casi con lista de espera para tomar refrigerio, y sin una plaza de aparcamiento libre; sin esa multitud de bañístas llenando la playa de color y bronceadores, de hamacas y sombrillas, de relax y jaleo, de arena y sol. No, no hay alegría, se nota la diferencia.
No, este año no son las vacaciones habituales, este año, las vacaciones también han hecho su cuarentena.

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