A las 6 de la ”madrugá”, a esa
hora, clave en muchos pueblos de nuestra
Andalucía, la hora que precede a la salida de su templo del más esperado;
a esa misma hora, mi cuerpo, como impulsado por un invisible resorte; de la
cama se ha incorporado y mis oídos han creído sentir, a lo lejos, el sonido de
esa trompeta que indica que la procesión de Nuestro Padre Jesús, del Nazareno, inicia
su recorrido por las principales calles, acompañado como siempre, por un sinfín de devotos que alumbran su
camino, y que en sus corazones, albergan el porqué de ir año tras año en esa
comitiva de promesas y de peticiones de
cada Viernes Santo.
Por la tarde–noche, la
tristeza, la pena y el dolor se unirán en el Santo Entierro que casi dará el
final a ésta Semana Santa, esperando sólo al domingo de
Resurrección, domingo final de la semana de pasión, domingo de alegría y de esperanza.
Es Viernes Santo y en este día
unimos la devoción con el tradicional regreso a nuestra tierra más querida, a la que
nos vio nacer a nosotros o a nuestros padres. A la reunión con la familia que
aún queda, la visita a antiguos amigos, las copas con los colegas de hermandad,
y a la tradición de las típicas comidas
de la celebración: el bacalao frito, el potaje de vigilia, los pestiños y magdalenas…
Así era y así volverá a ser.
¡ÁNIMO
Y FUERZA, YA QUEDA MENOS!
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