Estamos avanzando hacia ese día que todos deseamos, el día en que
desde el gobierno de turno, se nos diga que
la pandemia ha dejado de ser tan mortífera e infecciosa; que lo peor por fin
ha pasado y que nos devuelven la añorada
libertad de movimientos.
Todos sabemos que ese día no
será el que aprovecharemos todos para salir a pasear y ver de nuevo las calles
de nuestro barrio, de nuestra ciudad, con unos ojos inquisidores a nuevas
observaciones y las manos libres, para
nuevas sensaciones. Pero será a partir de ese momento cuando cada uno de nosotros, haciendo uso de nuestra libertad personal de elección, elijamos el
momento justo en que salgamos a pasear. Seguro que será un paseo muy tranquilo,
muy lento, muy relajante; observándolo todo, mirando con detenimiento y con
cierta admiración también, a quien nos
crucemos en nuestro camino. Saludando de viva voz, con ese saludo cómplice de
quienes son sabedores de que han podido superar los duros momentos vividos. Ese
paseo, que sin duda nos llevará a buscar a nuestros seres queridos, a todos y
cada uno de nuestros miembros de familia, empezando por quien sin
duda lo ha pasado peor, el o la más mayor de todos, pues son
ellos, los que con miedo, aún con mucho miedo, quedarán todavía bastante tiempo
confinados, pues saben que salir sigue siendo arriesgarse a contagio y a sus
edades, siguen siendo población de gran
riesgo.
A pesar de todo, hoy apenas se
ven coches por las calles, por las carreteras, hoy el disfrute sigue viviéndose
a pie. Los pájaros todavía acompañan el caminar con sus trinos y cantes, como
queriendo entonar su propio himno al final de la reclusión y entreviendo que
pronto, de nuevo, volverán a sus árboles más lejanos, a los del campo abierto,
a aquellos que los cobijaban antes de poder trinar por la ciudad.
Pronto, ya pronto, ese día llegará. Solo tenemos que…quedarnos en casa y esperar.
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