Hoy me he levantado y lo
primero que he hecho es subir la
persiana que anoche bajé al completo, para ver si al no ver la claridad, la
oscuridad me dejaba dormir más. Como era de esperar, el sueño ha sido el mismo
y las horas que el cuerpo tiene como habituales, han seguido siendo las que han
mandado el abrir los ojos a un nuevo día. Pero sigamos, al subirla coincidía que también estaba subiendo su persiana una camarera del bar que queda justo enfrente de mi
terraza, que monta sus mesas y veladores en la plazoleta y que a diario era lugar de encuentro rápido a la hora del desayuno, menos
rápido a la hora de la cerveza del mediodía y que se volvía lento, pausado, tranquilo, llegada la
tarde-noche o la hora de las “copas largas”, de los habituales grupos y clientes
que lo tenían como el sitio idóneo de reunión con los amigos o con los vecinos y que les permitía compartir un rato de alegrías, risas y alguna que otra
tristeza también. Me he quedado un rato observándola. La cara de incertidumbre dominaba su rostro mientras montaba
solamente 4 mesas con 4 sillas cada una, guardando una amplia zona de distancia
entre ellas. Seguro que pensará en la necesidad que tiene de que esas 4 mesas,
estén ocupadas a lo largo del día para poder hacer frente, al menos, a parte
del pago de las facturas que se han ido acumulando durante estos dos meses de
inactividad. También he sentido tristeza
por ella y por los muchísimos como ella que esperan poder salir adelante,
salvar sus negocios a pesar de las restricciones y limitaciones que este
período nos ha impuesto a todos.
No había acabado aun de montar
las mesas cuando de repente, se ha
puesto a llover, para acabar de acompañar a esa dificultad que el día
presentaba ya de antemano. Mira al cielo, yo también y creo que ambos llegamos
a la conclusión de que hoy no será día de terraza de bar y que ya, incluso la
naturaleza se alía para que ello sea así. Y mañana… dicen que más. Yo no lo creo, mañana habrá sol.
¡ÁNIMO QUE YA NOS QUEDA MENOS!
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