Al igual que los silencios se
oyen (aunque parezca antitético) algunos sonidos pasan en silencio o casi
desapercibidos en nuestro diario transitar por la ciudad.
Todos podemos apreciar el escándalo
de algunas motos-mosquito (mucho ruido para la poca potencia que desarrollan) o
de los coches en paralelo por las grandes avenidas y los autobuses de viajeros,
por encima de todos ellos sobresalen las estridentes sirenas de los servicios
públicos de emergencias y de los cuerpos de seguridad. Todos ellos forman parte
de nuestro consciente y habitualmente nos acompañan. Todos ellos suenan y se
oyen desde la distancia, sin embargo, hay otros muchos que también están
siempre formando parte del día a día pero de los que no somos tan conscientes. ¿Alguien
oye el trisar de las golondrinas que anidan en cualquier alero de bloques de
viviendas? O el piar estridente de los mirlos en los altos plataneros de sombra, o el peculiar gemido de las
tórtolas o el gorjeo o zureo de las palomas, el chirrido de los grillos al anochecer, el
susurrar de las abejas revoloteando por los flores de los arriates y parques,
el graznido de algún que otro cuervo, el maullido de un gato, los ladridos del
perro, el molesto zumbido nocturno de los
mosquitos…y podríamos seguir pensando en todos esos animales que
conviven en la ciudad con nosotros, pero a los que apenas prestamos atención. ¿Y
los sonidos del agua de las fuentes que tanto refrescan y que tan desapercibidos
pasan? En definitiva, creo que deberíamos
pararnos en algún momento a observar un poco más todo aquello que llena
de silenciosos sonidos nuestras ciudades.
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