Hoy abro de nuevo esta ventana y retomo la idea de ir
contando cosas, para algunos
interesantes y menos para otros, según el lector que pueda leerlas y la
idea que pueda hacerse de lo que quiero trasladar.
Justo el día 22 de Junio, me
dirigía a Madrid a ver, como en un anterior post dije, a mi recién nacido
primer nieto. Hasta aquí la lógica más aplastante me dice que hacía bien y que
era lo normal de estos casos y que mi motivo para viajar estaba más que
justificado, pero mi SORPRESA FUE MAYÚSCULA, cuando al llegar a coger el AVE,
vi asombrado que todo él iba al completo de viajeros, sin dejar la más mínima
distancia de seguridad de la que tanto nos han pedido que hagamos uso. Todos
los vagones completos, se habían vendido todos los asientos, y eso que solo
unas horas antes, se vendían solo el 30 % de su capacidad y aún sobraban plazas
libres. ¿Qué había pasado? Pues nada especial, que de nuevo entrábamos en la
normalidad, esa NUEVA que se quiere que tengamos y para ello, lo primero que hacemos
es volver a llenar un tren AVE de
pasajeros y a esperar que todo salga bien y que ninguno sea portador del virus
que a todos nos trae de cabeza, pero que parece que como desde el gobierno ya
se ha dado la orden de que todo pase a ser lo más normal posible, el virus ,
seguramente, haga caso de la norma y no ataque a nadie más ya. En definitiva que los trenes van
llenos y que todo parece normal, exceptuando eso sí que nos dieron dos
toallitas de desinfección antes de pasar a los andenes y que nuestra amiga la
mascarilla, sigue escondiendo la zona de las palabras y así, nadie ve las
quejas o los vituperios que se lanzan al ver la realidad de un tren abarrotado, en vez de aumentar el número de trenes y extremar las medidas de distanciamiento social.
En fin, sea como fuere, este
abuelo ya vio a su priminieto (permítase el vocablo).
¡Y ahora a esperar de
nuevo!
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