Así va
trascurriendo la vida de cada persona, acumulando experiencias. Y a medida
que estas experiencias aumentan, aumenta
también la edad de quienes las tienen y la responsabilidad de lo vivido y
aún queda por vivir.
Estamos exentos de
responsabilidad en los primeros momentos de
nuestro pase por este mundo, en que la única que tenemos es la de
despertar y pedir a llantos nuestro alimento y eso más que responsabilidad es
un acto reflejo de nuestro organismo en formación aún.
Las responsabilidades
empiezan pronto, desde el primer momento en que comenzamos el periplo por las guarderías, jardines de
infancia, colegios, institutos, facultades universitarias por las que vayamos
pasando y en cada una de ellas sus propias exigencias
de nuestra responsabilidad.
Llegados ya al mundo
laboral, las exigencias son aún mayores y las experiencias acumuladas hasta entonces, dejan de ser útiles (casi
todas ellas) y se empiezan a archivar otras bien distintas, pero que como
siempre, exigen de nuestra mayor responsabilidad
y dedicación.
En el ámbito afectivo-social, dejados ya atrás los
momentos de alternar con las pandillas
de amigos y de noviazgos, llega la hora de afrontar la responsabilidad de
formar y de construir un hogar de ámbito
familiar.
La responsabilidad de la crianza de los hijos, con todo
lo que de nuevas experiencias conlleva tal acción. Y seguimos acumulando, no
solo experiencias (con sus fallos y sus
aciertos) sino diferentes grados de responsabilidad que van llenando nuestro baúl , a modo de bagaje,
de pequeña sabiduría que se nos supone a las personas que están ya
entradas en esa edad, en que en otros países
(orientales) se les respeta por sus canas y se les reconocen por sus valores y sabiduría,
otorgándoles el grado de maestro, a
modo de distinción social y agradecimiento por marcar el camino a seguir,
gracias a sus enseñanzas y experiencias.
Sea como fuere, nos guste más o menos, con el paso de los
años, vamos acumulando experiencias.
Y a algunos, eso, les sirve.
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