Pudiera parecer
el título de un programa rodado para la televisión, o incluso para una radio de
corte ecologista; pero nada más lejos de la realidad, solo espero
reflexionar sobre algunas de
las diferencias que conlleva la vida, según el sitio que se elija para vivir (o
que no se elija, sino que se imponga por la falta de recursos).
Asistimos cada día a noticias que nos hablan de esa
España a la que llaman “vaciada”,
esa España de pequeños núcleos urbanos (pueblos, aldeas, pedanías, concejos…)
que han pasado de estar habitados a ser como lugares fantasmas, donde nadie habita
o si lo hacen, apenas son dos o tres
vecinos los que cruzan sus calles; y en su momento eran lugares ocupados,
con vida, y donde por sus calles los
chiquillos jugaban y sólo bastaba con
sacarse unas sillas a la puerta de las casas para encontrarnos con los vecinos
y organizar una especie de tertulia
sobre “cosas y casos” podríamos decir, pues era el momento de compartir
todo, desde un pensamiento para debatir
a una jarra de buen vino a la que
acompañaba los típicos productos de la
matanza realizada ese año. Eran
pocos los vecinos, todos se conocían
y entre todos se ayudaban y llevaban su pueblo adelante con dedicación, en
términos generales, a la agricultura y
la ganadería en libertad de ganado vacuno, caprino u ovino. No había fábricas cerca, y es ahí donde
empiezan a surgir los primeros movimientos hacia la ciudad. Los primeros
movimientos hacia una despoblación, hacia un vaciado del pueblo. La creación de
nuevos puestos de trabajo, trajo
consigo que los más jóvenes fueran a buscar una forma de vida diferente a la
que estaban acostumbrados. Los de mayor edad, no estuvieron dispuestos a cambiar sus hábitos y rutinas y mucho
menos quisieron enfrentarse a un cambio de forma de vivir, serían ellos los que
permanecerían, pero, al ir faltando la juventud, esos pueblos fueron perdiendo
la posibilidad de progreso y empezaron a entrar en retroceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario