viernes, 16 de octubre de 2020

DE NUEVO.-

Una vez más me pongo a intentar expresar mis pensamientos tras unos días en lo que lo único que he tenido que hacer es,  disfrutar de un regalo que la vida me da, de ese regalo que nunca piensas que  podrás alcanzar pues no piensas en ello, de la palabra ABUELO y lo que conlleva, que aunque puede ir implícita en la de PADRE, no siempre llega a hacerse realidad. Sí, he estado ejerciendo de abuelo, viendo crecer a ritmo agigantado a ese nuevo miembro que  ha venido a agrandar  la familia, mi nieto que llena de satisfacción a todos los que hemos tenido la suerte de compartir con él algunos momentos deliciosos. Ver como la inocencia y el ansia por aprender aparece cada día con más fuerza y de cómo la falta de preocupación, puede hacer a un ser humano esbozar en su rostro  la sonrisa infinita de la felicidad. Es la mejor etapa de la vida de una persona, sin duda, es el momento de máximo aprendizaje, momento en el que su desarrollo cognitivo alcanza su apogeo y todo lo que le rodea empieza a verse en su color y con la nitidez necesaria como para darle valor y nombre a las cosas. Su constante atención a los estímulos exteriores, cuando no está dormido, y los diferentes intentos de comunicación con sus progenitores hacen que esos momentos adquieran el adjetivo de mágicos. Y ahora,  el abuelo, piensa en el porvenir que le espera a su nieto, habiendo venido a nacer en el momento álgido de la pandemia y ruega porque todo le sea favorable. Pero ya estoy de vuelta y revisando ese saco de fotografías digitales (es lo malo de esta era, que al no haber carretes que  las dosifiquen, las fotos se convierten en casi infinitas) que he podido coleccionar, hay una que quisiera destacar, esta que a continuación dejo, por la carga de pensamientos que tras ella encuentro, es la que yo llamo “futuro” aunque también pudiera ser denominada “manos de la esperanza”.



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