No se oyen gritos infantiles en los parques, no hay algarabía, ni hay alegría, no hay niñez aireada sino escondida,
recogida, confinada.
Los miedos
paternos y maternos influyen en el desarrollo del niño, por desgracia en esta
situación, tenemos el caso práctico más fehaciente. Los padres empiezan a tener miedo a la pandemia tras oír que, vuelve al estado de alarma y con él los cierres
perimetrales de muchas localidades y el confinamiento
o -la petición de autoconfinamiento- de
muchos ciudadanos que solo podrán salir de esos cercos, si lo hacen para
trabajar o en todo caso por motivos médicos y de urgencia.
Vemos que se restringen además, los horarios en los
que se puede salir a la calle y que debemos de ser más responsables aún de lo que hasta ahora hemos sido; la
situación ya, ni es tan jocosa como antes ni permite más dilación en la toma de
urgentes medidas para doblegarla e
intentar volver, lo antes posible (que no será antes de muchos meses) a esa
situación que nos permita una cosa tan simple como es: pasear por las calles de nuestros pueblos y ciudades, sin miedo,
sin recelos; sin cambiar de acera o volver el rostro a quien de frente se
aproxima o también para volver a sentarnos a
compartir unas tapas o unas raciones de buen pescaíto frito, o carne a la plancha o
unas migas o una paella con nuestra fría
cerveza o copa de vino, junto a familiares o amigos en una tertulia distendida, alegre y agradable .
Pero por ahora, lo único que podemos hacer es llenarnos de paciencia, tratar de sacar el mayor provecho de las rutinas diarias
y convertirlas en nuestros hábitos más
preciados que nos alegren esta etapa
de esperar a una eficaz vacuna (parece que la que está desarrollando Oxford será) que
aplaque la ira de este covíd tan universal y caótico. Nada más está en nuestras manos.
Menos mal que hemos esperado al cambio horario para imponer
el toque de queda, porque hasta hace muy poco tiempo, aquí en Córdoba a las
nueve de la noche era la hora a la que se podía salir a tomar algo a alguna
terraza de bar y casi que aún nos acompañaba el sol. Y es que no hay mal que
por bien no venga, ni mal que cien años dure. ¡Ánimo!
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