Vamos a tener que dejar de ir pensando en los problemas
que a diario nos plantea el coronavirus
y cómo se va ampliando su espacio de contagios. Ya, pensar solo sirve para que
nuestro ánimo vaya decayendo y pueda llegar a afectarnos en nuestro espíritu y
a nuestra forma de enfrentarnos a él.
Hoy me he levantado con ganas
de andar y para ello me he calzado mis zapatillas y mi atuendo de deporte y
me he salido a la calle. He pensado
que antes de andar, debería llenar el estómago (que estaba vacío desde anoche)
y para ello me he sentado en un bar a degustar un aromático y reconfortante café junto a una riquísima tostada de pan de chapata remojada por
su correspondiente aceite de oliva
virgen extra y aliñada con tomate
rallado. Acabado el manjar y tras beberme un fresco vaso de agua, empecé mi
trayecto. Poco a poco, sin prisas,
saboreando también el transitar por las casi desérticas callejas por las que, inusitadas mascarillas andantes, cruzábamos
nuestras miradas de tristeza por la
situación; pero a la vez esbozando una invisible
sonrisa de complicidad, esa que da el transitar por el mismo camino en una temprana
hora. Un ¡buenos días! encubierto pero
de muy fácil descubrir, parecía salir de entre los tapabocas y volar en todas
las direcciones. El frescor matutino iba
empezando a desaparecer y el sol se adueñaba
a pasos agigantados de la mañana. Seguía mi ruta, pero ya deseando el regreso a casa donde poder refrescar con una ducha el resto de los “gramos” no
perdidos en el paseo.
En fin, creo que durante el
tiempo que hemos tardado en leer este post (al menos, ese rato) no hemos pensado en el bicho ¿Verdad? Pues si así ha sido, eso era lo buscado.
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