miércoles, 9 de septiembre de 2020

ARTE Y FILIGRANA.-

No deja de sorprenderme cada día, en mis paseos por la ciudad, la cantidad de arte  arquitectónico del que hacen gala algunas fachadas y  farolas casi de filigrana que por ciertas callejas se ven. Es fácil acabar la fachada de una casa o edificio de pisos, en arquitectura moderna, de forma plana y lisa y sólo con una rejería industrial de tubo cuadrado y algún pequeño remate, con persianas embutidas en tambor de plástico y puerta exterior de madera lisa con festón o zócalo de chapa negra; pero no es a ese tipo de fachada a la que quiero referirme hoy sino a la que en el pasado siglo se hacían. Fachadas en las que sobresalían unas balconadas en forma de semicírculos o de forma rectangular que hacían prolongar hasta el exterior intentando socializar la vida de ese interior particular y personal que cada dueño quiera darle a su hogar. Unas jambas y dinteles adornados con pequeñas figuras realizadas en bajorrelieve o añadidas a la construcción mediante pegado posterior añaden un punto más para la mirada inquisidora. Rejería de forja alternando la recta con la retorcida(o salomónica) y a la que se le añadían macollas y adornos forjados múltiples que le otorgaban empaque y señorío y finalizando con puntas de flecha o lanza de hierro fundido en la parte superior y soleras varias en la inferior. Junto a ello, las persianas la constituían unas grandes esteras de esparto que colgaban sobre el barandal de cada ventana, otorgando al interior de la vivienda ese frescor buscado durante el día de los calurosos veranos del sur. La puerta de entrada, de madera maciza y labrada o tallada a mano con una gran aldaba o llamador de bronce que bien podía simular a algún animal  o la más típica, de una mano que sujeta una bola. Si además, a esa fachada se le coloca una farola realizada también en un taller de forja y hecha con filigrana, hemos conseguido el objetivo de unir ARTE Y FILIGRANA.



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