¡Seguro que algunos aún recuerdan aquellos inviernos en los que empezaba a llover allá por el mes de
septiembre y casi que no paraba hasta pasar abril!
Claro que lo recordamos, era aquella época en que
llegaban a España, y todos teníamos, unos impermeables
de plástico azules oscuro, con una
gorrilla a juego(los de hombre) o con capucha o pañoleta triangular (los de las mujeres). Eran esos impermeables
que se ceñían al cuerpo con su cinturón
y que solían tapar hasta la espinilla, que era la altura a la que empezaban las
famosas botas de agua o katiuskas (llamadas
así por la obra lírica “Katiuska, la mujer rusa” del maestro Sorozábal en 1931),
y de las que cualquier persona solía tener un par. Con tal “equipación”, los
niños y menos niños, estábamos más que preparados para meternos o incluso saltar en los numerosos charcos que por
aquella época se formaban en las embarradas calles, aún sin asfaltar en
muchísimos lugares y que servían de juego y distracción de camino al instituto
o de vuelta a casa. No podemos olvidar que también algunos portaban paraguas (eran
los menos, porque nos gustaba sentir la
lluvia caer por nuestras mejillas).
Eran años de mayor cantidad de lluvia que ahora , eran años de pantanos llenos, tanto que
se construían más y más para poder embalsar esa agua y que no hubiera ningún tipo de restricciones para su
uso, tanto en la vida rural como urbana.
El Cambio climático, trae como posible consecuencia que llueva menos tiempo y en menor cuantía,
pero eso no impide los recuerdos aquí expresados y el deseo de que con este año
de parón, la naturaleza se haya
repuesto de los continuos maltratos
a los que cada día la sometemos.
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