Ya hacía tiempo que no
se les veía por los sitios donde habitualmente estaban. Eran de
costumbres, sitios, ideas y actuaciones fijas. Llevaban muchos años haciendo
las mismas cosas, llevaban los mismos itinerarios con las mismas paradas y casi siempre,
solían hacerlo a las mismas horas. La
rutina de lo cotidiano, se había hecho tan habitual, que era su mejor
forma de vida y a la que ya no estaban dispuestos a renunciar.
Eran matrimonio
desde hacía muchos años, de los que llevaban a gala, conocerse desde que eran niños, y que ahora,
rondando los 85 años de vida, repasaban cada día, cual si de un rosario se
tratara, los avatares que han tenido que soportar en su recorrido por ella.
Él tocado ya
por un Alzhéimer que le impedía rememorar todo lo vivido y que le creaba lagunas en su mente, pero que le restaba
aún lúcido, para entender bromas y
chistes, a los que era muy aficionado, porque en su lejana juventud, fue
un cómico excelente.
Poco dado a beber, gustaba de paladear cada medio día, antes de irse a comer, una
fresca cerveza, eso sí, “de las de sin
alcohol”. Sereno y tranquilo, junto a su
esposa, su compañera, su enfermera y cuidadora, que a pesar del paso de los
años, se mantiene ágil y con esa vitalidad que le permite ser todo eso y
más, con su esposo. Habían tenido un
solo hijo, que de vez en cuando los visitaba.
Sea, como fuere, este matrimonio, llevaba tiempo sin ser visto, pero hoy de nuevo
aparecieron, habían estado recluidos, por culpa de este “bicho” que tan de moda está aún (y tan callado) y que le había afectado a él. Hoy celebraban
que volvían a salir de nuevo a la calle, a su cervecita del medio día.
No sé bien si decir, solo como dos enamorados o como dos
enamorados que además, se ayudan mutuamente, les vi marchar de nuevo rumbo a su casa…IBAN DE LA MANO.
Antes de irse, su cortesía y educación: “Ea, hasta mañana”.
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