Eran las siete de la mañana, el
estridente zumbido de una alarma empezaba a adueñarse poco a poco del espacio de la
habitación.
Por un momento, no recordaba que la
había activado yo mismo en el móvil, para recordar que hoy era el día que
habíamos señalado los amigos para
celebrar el final del confinamiento, con una ruta de marcha a través de nuestra
sierra y en contacto con de la naturaleza.
Era ya hora de olvidar todo lo que
hemos pasado durante este más de un año último.
Habíamos quedado a las ocho menos
cuarto para, con dos vehículos, desplazarnos por la carretera de las ermitas de
nuestra ciudad y, una vez aparcados, realizar un recorrido que nos haga
reencontrarnos con el sol, el aire libre, y esos olores que la sierra brinda en
estas fechas primaverales, con los nuevos brotes de sus encinas y los
alcornoques junto a los quejigos y a los acebuches.
Andando por los múltiples senderos
que parecen peinar la zona, hemos de tener cuidado con las atrapadoras zarzas que
se mezclan con el matorral típico de monte bajo, los abundantes madroñales (acusados por su poder alcohólico)
y los majoletos o majuelos cercanos a los arroyos, que dejaron hace tiempo de
servir de alimento denominado manzanita de pastor, para convertirse en simple,
pero llamativa, planta ornamental.
La yedra (hiedra) se apodera también
de los troncos de algunos árboles que ven como invaden su espacio. Y todo ello lo pensaba, mientras recibía, con agradable sensación, una resucitadora ducha que me haría afrontar la cotidiana realidad.
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