CON la intimidad
que da la noche, llegaron sin hacer ruido, como para no molestar a nadie,
las deseadas y necesarias lluvias.
Cuando se estaba planeando la posibilidad de realizar restricciones en los
horarios de uso y de distribución de la tan necesaria agua, aparecieron, mojando las áridas tierras
de nuestros campos y las secas calles de nuestros pueblos y ciudades, reiterando
una vez más la sabiduría de nuestra naturaleza.
Sin los daños que normalmente acompañan a las primeras
lluvias otoñales, que en forma de D.A.N.A.S. suelen causar, estas aparecen tan tranquilas como deseadas por todos.
Llueve y se nos entristece el día, se nos impide el aire
libre de las terrazas de los bares, y obliga a sus propietarios a montar las
carpas impermeables que permitirán su uso. El ambiente de un día de lluvia,
hace que todo se convierta en más gris,
en menos alegre de lo que el verano lo hacía. Pero una reflexión mínima nos hace coincidir en lo necesarias que
resultan y más que necesarias, imprescindibles
en un planeta en que más del 70% de su
extensión lo constituye el agua.
Llueve por unos días y eso hará que suba algo el bajísimo
nivel de agua de nuestros pantanos,
que por debajo del 20% de su capacidad, ya reclamaban más líquido elemento.
Quizás también, estas lluvias tienen la coincidencia de llegar en el momento en que hay que
volver a regular de nuevo nuestros relojes
y volver a adaptarlos al horario de invierno, haciendo que esta noche durmamos una hora más, arrullados por
su acompasada música.
En definitiva, hoy llueve y aunque nunca llueva a gusto de todos, es hoy una alegría su presencia. Y
su visita de unos días nos deja a todos
un buen regalo del que muchos y durante muchos días nos aprovecharemos.
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