Considerado como
tabú, este vocablo tiene diferentes acepciones según quién, cómo y dónde se
utilice.
En algunas civilizaciones antiguas “viejo” era la persona que acumulaba la mayor sabiduría y experiencia dentro de la sociedad en la que vivía. Por
tanto, merecía todo el respeto, el cuidado
con esmero, la importancia y el máximo valor, por parte de las personas que
formaban dicha comunidad.
Sin embargo, la otra
acepción es la de considerar la vejez (viejo/a) como la etapa de la decrepitud, inutilidad e incluso la pérdida de muchas cualidades o valores,
tales como la dignidad (con tratamientos
infantiles, abandono..) ignorando a veces sus ilusiones (asistir a un evento, ver cualquier espectáculo o
conocer una ciudad lejana) sus necesidades
(tipo de comida, ver una determinada película de juventud…) sus gustos (ropa, maquillaje, colonia o
perfume, libros…) sus sentimientos (relaciones,
amistad, amor…)
Sería absurdo, que amparados en nuestra juventud, pensásemos que nunca nos llegará esta etapa
que, en el mejor sentido, la vida nos ofrece, pues, desde el momento de nuestro
nacimiento comenzamos a transitar el
camino que nos conduce a ella y por tanto, deberíamos de verla como la
culminación de nuestras aspiraciones, experiencias, deseos y en definitiva…de nuestro VIVIR.
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