Llegando a noviembre, seguimos a la espera...
¿A la espera de qué o de quién?¿A la espera para qué?
En realidad, no deja de ser un día más de espera
como tantos otros llevamos ya. Esperamos cada día uno atípico, nuevo,
diferente, que nos haga imaginar, pensar, soñar e incluso vivirlo con nueva
alegría y sin rememorar nada del pasado sino, mirar solo hacia adelante, como
si se nos dotara de unos nuevos ojos, unos ojos infantes deseosos de conocer y
poder asimilar todo lo que ven a su alrededor, sin ningún tipo de telón difusor
de esa realidad, ni decorado que lo distorsione.
Lo que vean los ojos y oigan los oídos, será fruto
de su atención solamente, de su capacidad de reflexión y de comunión con la
naturaleza en la que se encuadra... pues bien, si así se tratase, esperaría una
lluvia salvadora de la actual situación de sequía y de la posibilidad de hambruna,
a la que nos está abocando, por las malas o pobres cosechas que el campo puede
darnos... esperaría, igualmente, a que la bajada de precios en los
productos de primera necesidad, fuese una realidad y acabar así con la
especulación que con ellos se realiza... esperaría con ilusión inusitada que se
respetase a las personas, por el simple hecho de serlas y a la propiedad
privada de las cosas. Pero, sin duda la mayor espera sería aquella que nos
trajese la noticia de que, por fin, los humanos hemos descubierto que
vivir en paz, es la mejor de las formas de vida que podamos imaginar.
Tiempo de espera, seguramente, porque cuando hay
espera es porque sin duda, algo o alguien llega.
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