domingo, 29 de mayo de 2022

CALLE ABAJO.-

Aquella mañana se había levantado con un ánimo diferente al habitual;  ella se lo  notaba. Hoy se encontraba extrañamente feliz, diferente, casi diría que irreconocible. Era una de esas mañanas que sin saber el porqué, son fruto de una noche de ensoñaciones alegres y de paisajes muy agradables, que no dejaban de llenar de luz y color su dormida mente y que trasladaban esa agradable sensación de máxima alegría por un día nuevo y lleno de esperanza, por un día de felicidad plena.
Iba calle abajo; sin nada concreto que hacer, solo por el simple placer de pasear por donde más le apetecía, solo para recorrer esa distancia tan corta en el corazón y que sin embargo, se tornaba larga en la realidad de la geografía urbana de su pequeño pueblo , donde se había criado desde que nació, donde había asistido a su primeras clases en aquella escuela unitaria, que tan enorme por aquel entonces le parecía; donde había cosechado sus primeras amistades; esas que jamás le han abandonado , esas con las que comparte sus vaivenes vitales aun hoy. Iba saludando a quien como ella, caminaba por la calle. Se le veía feliz, con un halo de vitalidad y de sonrisa enclaustrada, pero visible en su alma.
Por fin, la habían llamado desde el asilo (hoy residencia de mayores), por fin cumpliría su deseo, ese para el que había estado haciendo unos cursos que la capacitaran y que hicieran coincidir su preparación laboral  con su auténtica vocación de ayuda a los demás, a los más necesitados, a los más solitarios y más abandonados, a los que más faltos de cariño se encuentran,  a nuestros mayores. Ella que había podido disfrutar muy poco tiempo de sus abuelos (tanto maternos como paternos) ahora iba a tener todo el tiempo del mundo para dedicárselo a otros. 
Ella iba calle abajo, sonriente, feliz. Mañana, empezaría su trabajo.

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