lunes, 2 de agosto de 2021

Y ELLA SE FUE.-

Aquella mañana, comentan que la habían visto por la acera de la derecha de su calle con el característico andar pausado que la edad le confería. Iba con un bolso negro colgado de su brazo izquierdo y su mano derecha sujetaba la empuñadura del carrito de la compra de cuatro ruedas, ese que unos reyes magos de años atrás, su hijo, el menor, le había regalado para que cuando tuviese que ir a comprar, no cargase más sus maltrechas articulaciones, a causa no tanto de la edad, sino de la tremenda carga de trabajo que a lo largo de los años, en ellas se acumulaba.
Había sido esposa y madre cuidadora de sus hijos al principio de una guerra fratricida, y cuando su esposo faltó a causa de ella, hubo de enfrentarse sola a las circunstancias que aquello le reportaba y buscó trabajo…
Su hermana, soltera, le echó una mano en el cuidado de los hijos. Trabajaba por poco más de la comida, tan escasa y racionada en aquella época, y como diría el dicho andaluz “echaba más horas que un reloj” pero su familia, sus hijos, lo necesitaban y ahí estaba ella, cumpliendo con esa misión.
Aun así, cuando regresaba a la casa todavía tenía fuerzas y ánimo suficiente como para regalarle a sus hijos esos maravillosos momentos que transformados en recuerdos, aún hoy mantienen.
Pero aquella mañana, realizó parte de su compra en el supermercado, cuando salió, se sintió indispuesta, se sentó en un banco para intentar descansar y recuperarse.
Sacó su abanico del bolso, se empezó a abanicar y tras tres o cuatro medios giros de su muñeca derecha, su cabeza se inclinó suavemente sobre su pecho (como si se durmiese apaciblemente)… el abanico cayó al suelo y un niño, que jugaba en aquella amplia acera, se acercó para cogerlo y dárselo.
No pudo ser, la señora había dicho adiós a este mundo de la misma forma en que había pasado por él, del mismo modo en que lo hacen los de su generación, repartiendo cariño y amor sin pedir nada a cambio, valiéndose por sí misma, sin hacer ruido, sin molestar a nadie…

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