Nuestras ciudades están cambiando a ritmo
agigantado.
Se peatonalizan calles, se
amplían las zonas azules para aparcamientos, se adornan rincones y se colocan estratégicos obstáculos en la parte de calle destinada al tráfico rodado
de vehículos.
Sin duda son cambios todos ellos
tendentes a una mejora de la calidad de vida de las personas, aunque ello está
ocasionando no pocos comentarios
negativos hacia las instituciones que estos cambios acometen.
Hoy me quiero centrar en los
llamados CARRILES BICI. Parece ser
ésta la última ocurrencia de nuestros actuales gobernantes. Se están levantando
todas las aceras de las calles por donde transcurrirán estos carriles, y se les
está dotando de una anchura de más de
2 metros en todos los lugares donde se puede. Ahora bien, la acera para
el paso de peatones se está dejando
reducida a menos de un metro
en muchísimos sitios (“prima el carril bici”), lo cual, no deja de ser inconcebible,
habida cuenta que, personas que hagan uso de bicicletas, hoy, no llegan ni al 20% del total
de habitantes de una ciudad, mientras que, el 100% de la población, hacen uso de sus pies
para ir a cualquier lugar al que les sea necesario acudir. (peatones
somos, muchos más que ciclistas).
Ya, ya sé que alguien puede
decirme que no hay más ciclistas porque no hay lugar por donde circular y que,
a medida que los carriles bici estén acabados, el número de usuarios de la
bicicleta aumentará. Puede que tengan razón, no lo dudo, y si esto llega a
ocurrir, seguro que los ayuntamientos, obligarán a matricular las bicicletas, y
así, poder establecer un nuevo canon, o IMPUESTO, que sanee sus empobrecidas
arcas, después de tanto gasto en infraestructura ciclística.
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